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Introducción
La violencia simbólica se impone gracias al lenguaje que persuade y ordena, nos dice Violeta Barrientos Silva, en la larga conversación que tuvimos en el Observatorio, sobre este tipo de violencia naturalizada, y tan presente en nuestra vida cotidiana. A continuación, una reflexión de lo que significa y cómo el lenguaje moldea las relaciones entre hombres y mujeres, en las relaciones familiares y de pareja.
¿Qué es la violencia simbólica?
La violencia simbólica tiene que ver con los mensajes, creencias, normas de derecho y religiosas que poco a poco generan una situación de poder de un individuo sobre otro que luego todo el mundo acepta, hasta los propios subordinados. Es lo que ocurre en el racismo y el sexismo que llegan a interiorizarse. La violencia simbólica se impone gracias al lenguaje que persuade u ordena y así genera una creencia y conductas que pueden ser discriminadoras, prejuiciosas y generadoras de estereotipos.
La sociedad y el Estado hacen que las personas seamos aleccionados a través de mandatos legales, educativos y religiosos, pero también a través de mensajes dados por los medios y el mercado hacia conductas determinadas que pueden ser excluyentes. Así, por ejemplo, mediante el poder del lenguaje se nos ha persuadido (gracias a la publicidad, los estímulos del mercado) o impuesto (gracias a la ley del estado o la ley divina) creencias racistas o sexistas. Todos estos mensajes llegan a la familia y a los individuos que los interiorizan.
¿La familia es un espacio donde se genera y reproduce violencia simbólica?
Sí. Mediante los discursos en su interior que se reproducen de generación en generación. Por ejemplo, roles que deben aprender los niños y niñas, roles que asumen los padres. En la familia nuclear y en la extendida se generan muchos prejuicios, sobre todo de varones hacia mujeres o prejuicios respecto a los jóvenes, a las personas con discapacidad, a los adultos mayores. Se producen disputas de poder.
La familia, al igual que otros espacios, es un lugar donde se aprende; si tengo un modelo de padre no violento y responsable, puede que mis probabilidades de aprender de él sean más altas. O de pronto vivo con una madre soltera que pese al prejuicio contra ella me da mensajes no machistas. Es decir que a la familia llegan mensajes que son asimilados o también resistidos (reproducidos) por sus integrantes.
“En la familia nuclear y en la extendida se generan muchos prejuicios…”
La violencia simbólica es lo que no se ve ¿cómo se expresa en la relación de pareja?
No confundamos a la violencia simbólica con la violencia psicológica, la violencia simbólica implica conductas que se interiorizan por los mensajes que recibimos de diversas fuentes y que se hacen costumbre e incluso son aprobados socialmente. Esto puede hacer por ejemplo hasta hoy, que los varones de la familia, así como la sociedad piensen que las mujeres deben hacer las tareas domésticas, cuidar de los enfermos y de los ancianos todo el día, sin considerar tiempos de descanso ni que ellos pueden compartir estas tareas.
¿Cómo este tipo de violencia se expresa en la violencia física hacia las niñas y niños?
Se expresa en la creencia de que, por ejemplo, el castigo es bueno para el aprendizaje. Incluso cuando no se aplica la violencia física, se aplica la violencia psicológica, maltratando al niño o niña, como un “inferior” por su edad. Esto es muy delicado. Tanto niñas y niños pueden estar limitados por la ley como menores de edad, pero hoy tienen derechos que los protegen porque las vivencias a temprana edad pueden ser muy distintas. Hay niños muy precoces y que se han hecho adultos por experiencias de vida particulares. Entonces se trata de respetar al niño o niña sin minusvalorarlo por su edad.
¿Cómo se expresa la violencia simbólica en el abuso sexual intrafamiliar?
La familia no significa que uno es propietario de las personas que la componen que no tendrían derecho a su propia opinión, privacidad y libertad personal. Sin embargo, hasta las propias normas de derecho alguna vez consintieron estos abusos que se “normalizaron” entre la población. Por ejemplo, el Código penal hasta 1984 decía que una violación sexual podría remediarse si es que la víctima se casaba con el agresor. O sea que un posible delito fundaba una familia. De esta manera la cuestión quedaba subsanada, y esto porque antaño la virginidad o castidad de la mujer (y solo la de la mujer) era el bien más preciado que ofrecer en un matrimonio, pues la mujer era considerada un bien de intercambio para generar alianzas. Entonces ella misma no disponía de su libertad personal y cuerpo. También estaba aceptado que, al interior de cualquier familia, nadie se metiera pues era territorio del jefe de familia. Así, a nadie se le ocurría pensar que podía haber abuso sexual contra la esposa.
“…hasta las propias normas de derecho alguna vez consintieron estos abusos…”
Lamentablemente, aunque las normas legales cambiaron, queda un aprendizaje cultural que perdura. El racismo y el clasismo también han tenido mucho que ver. La creencia de que unas personas dominan a otras porque saben más, porque tienen más dinero, nos hace repetir conductas de abuso que vienen desde la Colonia. De ahí que, en algunas familias, por ejemplo, se tengan miembros próximos a ella que vienen de provincia, tratados como sirvientes, sin ningún respeto hacia ellos, a sus cuerpos o a su privacidad. Y se considera normal porque la violencia simbólica provoca justamente ese efecto, hace perdurar viejos moldes culturales y costumbres por mucho que las leyes cambien.
¿Qué mitos y estereotipos atribuibles al género reproducen la violencia en la familia?
Por lo general los mitos y estereotipos se fabrican más hacia quienes están abajo en un eje de dominación para mantener las cosas como están. Lo peor es que para que permanezcan inmutables se cree en que hasta son biológicos o genéticos. Hace tiempo, por ideas racistas, se pensaba que “los indios” estaban para el trabajo físico y no intelectual porque así era su biología. Nada más falso. A Dios gracias, esas ideas fueron siendo superadas, pero, así como el racismo, el sexismo permanece aún vigente.
El mito o el estereotipo son falsas ideas que todos conocemos; para empezar la división sexual del trabajo, es decir que las mujeres hagan trabajos no pagados o de menor importancia que les ocupa todo el tiempo y que los hombres asuman tareas pagadas, de más responsabilidad y con horarios es una forma de violencia que ha privado a las mujeres de recursos económicos por siglos. Estas creencias se han introducido en todas las esferas, hasta en las mismas mujeres que tienen poder político. De allí el pensar, por ejemplo, que la mujer es la única responsable de la familia. No es extraño ver que las mujeres con cargos públicos como primera cosa se definan como “madres”, mientras que no vemos a ningún hombre en un cargo público que se asuma así.
Otro gran eje de mitos y estereotipos ha sido la sexualidad, haciendo creer que, por ejemplo, los varones “necesitan” por su fisiología, de aventuras sexuales, pornografía o prostitución, incluso varones casados, y están hechos para la calle, mientras que las mujeres no tienen iniciativa y tienen en lugar de sexualidad, un “instinto maternal”, y están hechas para la casa. Esto ha generado muchísimas tensiones en las parejas por siglos. Entonces, los mitos o estereotipos permiten hacernos una falsa idea de lo que son ciertas personas haciéndolas inferiores, restándoles derechos y capacidad, lo que genera discriminación y violencia contra ellas.
¿De qué manera estos se convierten en exigencias para las relaciones con la pareja y los hijos/as?
La violencia simbólica al ser un fenómeno social, también rodea a la pareja y a la familia. Cuando aprendemos a ser hombres o mujeres, según nuestra cultura, hay una serie de exigencias para ello que luego repetimos al interior de nuestra familia, que las imponemos a nuestra pareja o hijos/as. Así, hasta que –en algunos casos- por alguna razón, algún integrante de la pareja o la familia cuestiona estas prácticas. La educación, el derecho, los discursos religiosos, la publicidad, los medios, nos influyen todo el tiempo dentro y fuera de nuestras casas y es a nosotros y nosotras evaluar de modo crítico qué aceptamos reproducir y qué no. Si no me gusta el sexismo en la publicidad o medios, no veo tal o cual programa, no consumo tal o cual producto. De ahí la importancia de contar con distintas opciones y no de salir a comprar una lonchera y ver que todas son rosadas.
¿Dónde se encuentran las raíces de la violencia simbólica que construye las diferencias entre hombres y mujeres?
Principalmente en la cultura y la comunicación. Los seres humanos tendemos a tejer costumbres y discursos a partir de una realidad. Por ejemplo, ante una realidad de productos vegetales, hemos inventado una forma de cocinar y una gastronomía. Estamos reelaborando constantemente la realidad mediante lo cultural. Entonces, ante una realidad corporal en que las mujeres eran las capaces de estar embarazadas y portar crías, mientras los varones podían fecundar a varias mujeres a la vez, se estructuró una cultura que podía dar lugar, por ejemplo, a que el varón pudiera tener varias esposas a la vez, teniendo un poder sobre ellas. O, por ejemplo, sobre esa realidad biológica de la mujer, las sociedades consideraron que las mujeres no tenían que educarse pues su función era meramente procreativa. Así nuestras abuelas eran analfabetas y llegaban a tener más de diez hijos y no les alcanzaba la vida sino para cuidarlos. Eso no significaba que la mujer no tuviera más capacidades para ello, sino que se la confinaba a solo un rol. Esto es una violencia estructural que empobreció a la mujer económicamente al no tener trabajo ni educación, y también le impidió llegar a posiciones de poder político o a ser creadora artística o intelectual. Este es un gran déficit histórico del que hay que recuperarse lo antes posible.
¿Cómo podemos generar cambios en una sociedad, que acepta y naturaliza la violencia simbólica?
Ya han visto que los mandatos legales son importantes, pero no bastan. Se trata de inculcar nuevos hábitos, discursos, presencias allí donde hubo ausencias. Hay que recalcar entonces la importancia, por lo tanto, de los productos mediáticos con mensajes alternativos a cualquier tipo de discriminación sexista, racista o clasista, de los productos de mercado, de la publicidad, de los discursos educativos y hasta religiosos para contribuir a no naturalizar más la violencia. Ya ha ido ocurriendo respecto a un país que interiorizó muchas jerarquías raciales y que ha ido evolucionando hacia un mayor respeto de unos/as y otros/as.
Otra cuestión muy importante es la recuperación de voces, de una mayor visibilidad de quienes han estado ausentes de la historia, imposibilitados de generar su propia auto representación, o sea de decir qué son sin que lo tenga que decir un estereotipo por ellos. Y me estoy refiriendo no solo ya a las mujeres sino a otros grupos que, por su cultura, idioma, origen fueron también violentados en este país siendo aún la mayoría.
- Entrevista: Susana Zapata