Hay que romper la coraza que nos impide ser sensibles con nosotros y con las demás personas

Miguel Ángel Ramos, conocido especialista en masculinidades, nos explica en esta entrevista como es que la sociedad construye lo masculino desvalorizando lo femenino. Un gran aporte en este época de discusiones sobre la importancia de construir relaciones igualitarias entre hombres y mujeres.
¿Qué significa la masculinidad en nuestro contexto social?
La masculinidad constituye un conjunto de atributos de índole físico, psíquico o emocional, y también comportamientos que una sociedad espera de alguien que nació con órganos sexuales masculinos. Estas expectativas son social y culturalmente construidas y son cambiantes de una sociedad a otra o de una etapa histórica a otra. En cada cultura existe un modelo hegemónico de ser varón. En nuestro contexto social se espera que los hombres ejerzan poder y control sobre las mujeres y para ello deberán alcanzar ciertas aptitudes como ser fuerte, racional, insensible, proveedor económico exitoso, con liderazgo y poder político y exitoso como conquistador sexual de mujeres. La masculinidad hegemónica busca legitimar un sistema patriarcal que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres.
¿Cómo es construida la identidad masculina?
Desde el momento mismo en el que un recién nacido es identificado por sus órganos sexuales como varón, la sociedad se pondrá en movimiento para ser de este lo que espera de un varón. El hogar será el primer espacio de socialización donde se le transmitirá una serie de convicciones de lo que es ser varón y de cómo comportarse. Pero lo más poderoso será su aprendizaje por imitación y en esto la identificación con el padre o con otra figura masculina que lo sustituya será crucial, además de la observación cotidiana del tipo de interacción entre hombres y mujeres.
Uno de los aprendizajes más importantes para su rol dominante en esta etapa es lo que se ha llamado “la represión de las emociones” que supuestamente denotan vulnerabilidad, debilidad y que por tanto no pueden expresarse: el dolor, el miedo, la ternura, la compasión, porque se contraponen con el ejercicio del sometimiento, y está relacionada con la construcción de un ser supuestamente racional en oposición al ser emocional propio de lo femenino. Pero no basta prescribir esta prohibición para que se cumpla, tiene que existir un dispositivo poderoso y este es la capacidad del sistema de avergonzar. Los niños aprenden rápidamente que lo femenino supuestamente vale menos que lo masculino, que ser hombre es más importante que ser mujer.
Si cuando expresa esas emociones señaladas, el niño es objeto de burlas al ser comparado con una niña, sentirá su autoestima profundamente mellada y para evitarlo las reprimirá. A fuerza de contenerse, poco a poco ya no las identificará y las confundirá con el enojo o la ira, emociones cuya expresión si le es permitida. Esa insensibilidad socialmente construida le obstaculizará ser sensible consigo mismo y, a la vez, ser sensible y empático con las demás personas. Estas características estarán muy vinculadas a la posterior paternidad lejana y poco afectuosa y al ejercicio de la violencia contra las mujeres. Un segundo y fundamental espacio de socialización es el ámbito público, en especial la escuela. Ahí, frente a sus pares, tendrá que probar su hombría.
Todos los muchachos se mantienen a la defensiva bajo el temor de ser desenmascarados como “falsos hombres”. El bullying homofóbico, a través de insultos que buscan feminizar o de ultrajes sexuales, no es descargado solo contra quienes tienen una orientación homosexual o identidad femenina, sino contra cualquier varón que no llena perfectamente los requisitos, tanto por sus rasgos físicos como por su comportamiento con lo que, a los ojos de los demás, se espera de un verdadero hombre. Este es un poderoso dispositivo del sistema patriarcal, mediante el proceso de vigilar y castigar, para garantizar el cumplimiento de la heteronormatividad. En general los varones interiorizarán profundamente el terror a la feminización y desplegarán a lo largo de toda su vida esfuerzos por demostrar su hombría como una cualidad siempre en peligro de perderse.
¿la masculinidad se construye en oposición y rechazo a lo femenino ¿cómo se traduce esto en las relaciones con las mujeres?
Desde temprana edad los niños, para afirmar su masculinidad e identificándose con el padre, buscarán separarse de su madre, ese ser que los infantiliza y feminiza. El temor a ser descubierto como un falso hombre, comentado anteriormente, tiene a la mayoría de los muchachos buscando rechazar todos los rasgos atribuidos a las mujeres, suprimir en ellos mismos cualquiera de estos rasgos probando permanentemente que no los tienen y desvalorizando a las mujeres poseedoras de esas características. La identidad masculina se construye no tanto de la afirmación de lo masculino, sino de la negación de lo femenino. La desvalorización de lo femenino conduce a la convicción de la inferioridad de las mujeres, seres quienes encarnan esos rasgos que aprendió a despreciar, y de su rol subordinado en relación a los hombres.
La hegemonía y el dominio del otro, es una de las características de la masculinidad ¿se complementa con la violencia? ¿Cómo se expresa de manera particular en la relación con las mujeres?
El patrón hegemónico de masculinidad exige de los hombres una serie de atributos, competencias y comportamientos que, en la práctica, muy pocos hombres pueden lograr. La valla a alcanzar, para ser considerado socialmente como un “verdadero hombre”, es muy alta, comparada con las masculinidades reales de la mayoría. Sin embargo, todas estas características exigidas siguen siendo muy valoradas y, por tanto, muchos de nosotros pugnamos por alcanzarla y el no lograrlo nos produce mucho malestar, humillación, dolor. Entonces, buscando cerrar la brecha, ejercemos violencia, principalmente contra las mujeres, también contra otros hombres más débiles o contra aquellos no sujetos a la heteronormatividad, y contra sí mismos. De todas las características socialmente exigidas a los hombres, la más importante es la capacidad de ejercer poder y control sobre las mujeres, como forma de garantizar la reproducción del sistema patriarcal de dominación masculina. Los rápidos procesos de cambios sociales en los últimos 50 años han empoderado paulatinamente a las mujeres (al acceso de ellas a la educación en sus distintos niveles y a los métodos anticonceptivos modernos que pone en sus manos el control de sus cuerpos y su fecundidad, han sido algunos de los facilitadores para su irrupción, cada vez más masiva, en el ámbito público – en el mercado de trabajo, en la academia, en la política- quitando paulatinamente a los hombres la exclusividad y uno de sus pilares de su mayor poder) creado una crisis en el sistema de género y por ende en la masculinidad hegemónica.
Esta crisis ha exacerbado la violencia contra las mujeres como una forma de paliar la pérdida de poder masculino. Siempre ha existido violencia contra las mujeres como una forma de mantener o recuperar el dominio masculino, porque este poder es inestable y para poseerlo hay que ejercerlo cotidianamente. Sin embargo, es probable que cada vez más, por la amenaza creciente de la pérdida de poder, muchos hombres utilicen, por un lado, formas más virulentas de violencia contra ellas, por otra, inventando nuevas formas de agresión. Aún el sistema patriarcal tiene el aliento suficiente para lograr reacomodos hacia nuevas formas de dominación.
En el Perú, las cifras de feminicidios y las formas violentas como las mujeres han sido asesinadas, es preocupantes, ¿cómo puede leerse el feminicidio en esta forma de hegemonía y dominio de lo masculino?
El feminicidio es producto del fracaso de los intentos de someter y controlar a las mujeres. Hemos visto como son asesinadas mujeres que buscaron decir ¡Basta! a la violencia de sus parejas y decidieron dejarlos. Cuando estos hombres saben que perdieron su capacidad de control sobre ellas, deciden eliminar, en forma definitiva, la capacidad de estas mujeres de convertirse en sujetos autónomos. El feminicidio no es producto de un desequilibrio mental producto de una emoción violenta surgida de manera sorpresiva. El feminicidio es una “práctica” que tiene como base la cultura machista.
El ejercicio del poder, pero a la vez la carencia de poder, ¿tiene para los hombres un costo?
“…quienes ejercen violencia física o sexual viven angustiados porque son los más inseguros de su poder…”
El esfuerzo que realiza la mayoría de varones por cumplir las expectativas sociales tiene un alto costo para nosotros los hombres y constituye un factor de riesgo para nuestra salud, nuestra vida y, en general, nuestro bienestar. Muchos hombres mueren en el intento de probar su hombría, generalmente a manos de otros hombres o auto eliminándose. En promedio, en todos los países de Latinoamérica por cada mujer que muere por causas violentas (homicidios, suicidios, accidentes de tránsito, etc.) mueren alrededor de cuatro varones. Por ejemplo, en algunos estudios se ha encontrado que en un importante porcentaje de varones adultos que se suicidan lo hacen por haber fracasado en su rol de proveedor. Muchas de las muertes por accidentes de tráfico son debidas a la ingesta de alcohol, patrón cultural muy ligado a nosotros los varones, que nos sirve como válvula de escape en muchas ocasiones a la represión de nuestras emociones y al estrés por las exigencias sociales. Por otra parte, principalmente quienes ejercen violencia física o sexual viven angustiados porque son los más inseguros de su poder y capacidad de control sobre las mujeres y permanentemente experimentan sentimientos de humillación y vergüenza, terror a la posibilidad de ser dejados por ellas y que se derrumbe su hogar, como centro de reproducción permanente de su condición de autoridad y, por ende, de su realización cotidiana como hombre.
¿Es posible construir una manera diferente de ser hombre, que resulte gratificante para los mismos hombres y que respete los derechos de las mujeres, niñas y niños?
“…romper la coraza construida desde la infancia que nos impide ser sensibles con nosotros mismos y por ende con las demás personas”.
Es posible mediante la erradicación de los patrones culturales que naturalizan el rol dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres, y que justifican el ejercicio de la violencia contra ellas. Hay que empezar a trabajar tempranamente con niños, niñas y adolescentes desde el hogar y la escuela, rompiendo la columna vertebral del sexismo, la misoginia y la homofobia. Buscando que se interiorice el respeto a los derechos de las personas, incluyendo a las de la diversidad sexual. Esto exige, por ejemplo, hacer grandes esfuerzos por formar a docentes desde una perspectiva de género y de derechos humanos. Con hombres jóvenes y adultos que ya fuimos formados en un contexto machista y que ejercemos diversos tipos de violencia, es posible construir una manera diferente de ser hombre, empezando con poner en evidencia las diversas formas en que ejercemos violencia contra las mujeres, los niños y niñas, logrando que nos hagamos responsables de nuestra violencia, no esperando servicios de las mujeres y reconociendo que la relación con ellas es entre iguales. Para trabajar por la construcción de un hombre igualitario y no machista, los discursos contra el patriarcado o las creencias machistas por si solos son ineficientes. Hay que buscar estrategias para romper la coraza construida desde la infancia que nos impide ser sensibles con nosotros mismos y por ende con las demás personas. Esto nos ayudará a que seamos conscientes de las diversas emociones que están detrás de cada acto violento, facilitará el poner en evidencia las creencias sobre las que sostienen esas emociones y nos permitirán cuestionar los falsos supuestos sobre las que se erigen, dándole un nuevo significado al ser hombre.
Las nuevas masculinidades significan una revolución de los masculino, ¿Qué características tendría esa?
El término “nuevas masculinidades”resulta ambiguo porque podría ir en cualquier dirección. Desde la perspectiva de género, hablamos de varones que tengamos profundamente internalizado el respeto a los derechos humanos de las mujeres, que las consideremos sus iguales y no en posiciones jerárquicas inferiores, lo que significa la renuncia total al control y poder sobre ellas y a toda forma de violencia. Que resolvamos los conflictos de pareja, no desde una posición de poder y de imposición, sino desde un plano de igualdad, siendo empáticos con ellas y buscando juntos soluciones que nos satisfaga mutualmente. Que consideremos que en los ámbitos público y privado mujeres y hombres tenemos las mismas obligaciones y los mismos derechos para realizarnos plenamente. Respecto a esto último, es necesario hacer especial énfasis que debemos tener muy enraizada la convicción que varones y mujeres tienen las mismas responsabilidades en las actividades de crianza y de cuidado en el espacio doméstico y de acuerdo a ello actuaremos consecuentemente. Debemos ser varones que no consideremos que las labores de crianza cercana, afectiva y cotidiana de nuestros hijos son una carga, sino que disfrutamos de su compañía y sentimos que esto nos enriquece y contribuye a nuestro desarrollo humano.
Miguel Ángel Ramos Padilla, Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Magíster en Demografía por el Colegio de México, México. Actualmente trabaja en el Departamento Académico de Salud Pública, Administración y Ciencias Sociales.
- Elaborado por: Susana Zapata